viernes, 23 de diciembre de 2016

NAVIDAD CON LOS EMPOBRECIDOS

NAVIDAD CON LOS EMPOBRECIDOS DEL MUNDO

Queridos amigos: Siempre comenzamos un nuevo curso con renovados deseos, nuevos proyectos, objetivos, ideales, etc. Pero, después la realidad nos sale al encuentro con no pocos obstáculos que dificultan el cumplimiento de lo que nos proponemos alcanzar. Uno se va ya sintiendo algo cansado delante de existencias entusiasmantes sí, qué duda cabe, mezcladas, sin embargo, con la dureza y el polvo de un camino no fácil de recorrer, con muchas piedras y baches transmutados en preocupaciones, incertidumbres, precariedades, enfermedades, impotencia, rabia contenida y alguna que otra incomprensión.

Pero, a pesar de todo, yo no me resigno a perder la fe en los ideales, o mejor dicho en el Ideal que ha guiado y sigue guiando toda mi vida. Cantábamos en los años jóvenes, con jóvenes entusiastas entonces, que “lo importante es seguir luchando”, y, no pocas veces, escuchábamos a Paco Ibáñez, en “Palabras para Julia”, hermoso regalo de Goytisolo, que decía: “...nunca te rindas ni te canses”. Yo lo sigo escuchando y cantando e intento hacerlo realidad. Encarnación, creo, de una fe en el Dios Encarnado, el Altísimo sí, pero de carne y huesos, hecho la más débil debilidad jamás por nadie alcanzada, para desde ahí levantar a todos los caídos, abatidos por horrendas explotaciones, desprecios, marginaciones, racismos o etnicismos, cultura de indiferencia ante el dolor del otro, cultura de muerte.

     Todo lo anterior, os lo digo a propósito del blog que un día comencé, como una forma de teneros muy cerca y reencontrarnos en el pausado diálogo literario, profundo y sincero deseo de compartir nuestras vidas.

     Estos días que anteceden a nuestra entrañable y bien fundada fiesta navideña, me recuerdan, de forma punzante, la deuda que tengo con vosotros, la de un compromiso no cumplido, palabras que no lo son, que siguen presas en lo hondo de mi ser, y que esta pequeña carta, o esbozo de ensayo, quisiera comenzar, una vez más, a remediar.

     Llevo dentro muchos blogs nonnatos. Este lo escribo después de una experiencia vivida y compartida con uno de nuestros antiguos internos.


     
Se llama Antoine, es un chaval de 20 años. Comenzó con nosotros hace ya unos cuantos años. Es el primero de una familia de seis hermanos, de etnia gando. Su padre es el presidente de una de nuestras comunidades a quien, a pesar de todo, le cuesta seguir el camino de Jesús. En su casa, cosa rara, es su mujer quien corta el bacalao.

     De todos los hijos de la familia, el único que estudia es Antoine. Sólo una hermanita pequeña acaba de comenzar a ir a la escuela.

     A Antoine le costaba sacar los cursos adelante. Yo me di cuenta e intenté aproximarme a él con gestos y signos de confianza. Suponía que algo llevaba dentro que perturbaba su sentir y pensar. Y así era. De su relación joven y prematura con una chica, hija de una familia amiga, acogida por sus padres en su casa para poder estudiar, nació un pequeño, mezcla de gando y bariba.

     Los padres no aceptaron de buen grado la nueva situación. ¿Qué hacer? La tradición manda que el niño viva con su madre, en su casa familiar, durante dos años. Más tarde, el niño o niña es entregada al cuidado de la familia paterna. Sin embargo, como Antoine quería a su amiga, hizo todo lo posible para que ésta se quedara con él en su casa. Así se acordó, pero esta situación no duró mucho, pues la madre, de carácter muy dominante, no se entendía con la mujer de Antoine. Y al final la buena chica decidió irse a su pueblo, con su familia.

     Desde el principio de estos acontecimientos, los padres de Antoine le obligaron a abandonar sus estudios y a volver a trabajar en el campo. El así lo hizo, preocupado por alimentar a su pequeño hijo y su joven mujer. Un día hablamos de todo este tema. Yo vi que Antoine debería seguir sus estudios y pensar lo mejor para el futuro común. Y él volvió con nosotros. Estuvo un año y no le fue mal, aunque la relación con sus padres no era nada buena.

     Al año siguiente, Antoine no regresó a nuestro Hogar-Internado. Pregunté y me dijeron que se alojaba con otros estudiantes en una habitación alquilada. Le hice llamar para venir a hablar conmigo y que me explicara el porqué del abandono del internado. Y él me dijo que su padre se negaba a darle dinero y él no tenía para pagar lo que nosotros les pedimos. Os informo que lo que chavales pagan aquí son 25000 francos CFA al año, exactamente 38€. Eso sí, ellos aportan su propia comida que cocinan y comparten en grupos. Con todo eso, tienen las mejores instalaciones de Bembéréké, luz, agua, salas de estudio, biblioteca, campo de deporte, duchas, etc. E incluso profesores de apoyo. Todo sencillo, pero muy digno y bien construido. Y a nadie se le excluye por no pagar (que no son pocos). Este servicio le supone a la misión un déficit de casi 4000€ anuales, déficit que yo intento satisfacer con aportaciones de personas, compañeros, parroquias y amigos con los que yo mantengo relación.

     Antoine vive, como os dije, en una habitación alquilada con otros dos chavales más. Ni agua, ni luz, ni ducha propia, ni mesa ni sillas para estudiar. Como tantos y tantos otros. Y no recibe dinero de sus padres. Todos los fines de semana se va a trabajar de jornal para pagar el alquiler y enviar algo de dinero a su mujer. Se defiende, bueno, muy mal se defiende, con eso y algo de grano, maíz, mijo, iñame, etc., que sus padres le dan de vez en cuando, gracias al trabajo del campo que él hace durante los tres meses de vacaciones. Y ¡cuántos Antoines tenemos!.

     Uno de sus hermanos, de doce años, para huir de la miseria, se acaba de ir a Nigeria a trabajar al campo. Dije bien, doce años. Allí, como os comenté en otra ocasión, trabajará como esclavo infantil durante un año, siete días a la semana, de sol a sol. Doce años. Y al final, a lo sumo, conseguirá una pequeña moto, probablemente de segunda mano, que no podrá conducir, y que su padre obligará a vender para comprar unos sacos de maíz o algo por el estilo. Y ¡cuántos millones de niños, de 12, 11 y hasta 8 años, como el hermano de Antoine! ¿400 millones? Tal vez más. Y con ellos se juega, con bonitas palabras, en torno a grandes mesas redondas, con micrófonos y agua mineral.

     Deseo un mundo más justo, más fraterno, más solidario, un mundo donde los empobrecidos sean los primeros. Me gustaría ver una vida angustiada, pero llena de esperanza. Una angustia positiva, que te empuja al combate, a la lucha, que compromete realmente, que se transforma y transforma a todos en familia única de hijos y hermanos. Para eso nace POBRE entre los pobres, y desde ahí unir y abrazar a toda la humanidad en un abrazo eterno. Yo ya os abrazo a todos. Que vuestros nobles deseos se cumplan igualmente. ¡PAZ Y BIEN!.  Alejandro.
    
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miércoles, 27 de abril de 2016


"Mahamadou, niño esclavo”


            El 16 de este mes que termina, celebramos el día de la esclavitud infantil. Ese día honrábamos y pedíamos perdón a los más 400 millones de niños sometidos a una de las peores crueldades de la historia. Tal día fue elegido por que ésa es la fecha en el que fue asesinado Iqbal Masih por la mafia de la alfombra por denunciar la Esclavitud infantil. Tenía tan solo doce años y había sido niño esclavo desde los 4 en Pakistán, su país natal. Su vida, que todos debíamos conocer, es un auténtico testimonio de solidaridad y lucha por la justicia.
            Mahamadou, como Iqbal, sufrió la esclavitud de la miseria desde su nacimiento. Nunca fue a la escuela y su entorno vital se reducía a su casa, el campo y el bosque. El mayor de ocho hermanos, es hijo de un buen hombre, responsable de la oración en una de nuestras comunidades de etnia Gando.       
            Uno más de los “niños del Benin” (así llaman a nuestros niños esclavos en el vecino país de Nigeria), le conocí hace unas semanas, apenas recobrada su “pequeña libertad”. Allí malvivió los últimos cinco años, sin prácticamente conocer lo que es un rato de descanso. Se fue a la edad de 16 años, empujado por la crónica miseria familiar y después de caer en la apetecible, tramposa y envenenada tentación de regresar un día con una moto nueva (¡Pobre motos nigerianas!, a mil años de las fanfarronas Ducatti, Yamaha y cía), que te hace parecer alguien importante en la edad en la que más y mejor pesca consigue nuestra sociedad (algunos dirían suciedad) de consumo.
            Mahamadou comenzó su triste periplo como pastor de vacas durante dos años. Al final le “pagaron” 100.000 francos CFA (152€), bueno no exactamente, porque el que le llevó a Nigeria se chupó 35.000 (53€). Todo el día y todos los días en el bosque con la “hermosa compañía” de serpientes, escorpiones, lobos. Y cuidadito con dormir por la noche, que los ladrones de ganado no son un cuento, y si por casualidad te falta un buey o una vaca, la pagas con otro añito más de bosque, vamos igual que cuando se lesionan Cristiano o Messi. ¿Y comer? ¡Aah!, arréglatelas como puedas, nadie te lo paga, o robas o te mueres de asco.
            Otro de los grandes peligros del bosque son los forestales, sus verdaderos enemigos. Y ante él, sólo cabe vigilar y huir, que para algo tienen que valer los móviles (donde hay cobertura), a parte de para atontar y aislar a la gente. Si un forestal te coge, apañado vas, otro buey perdido y otro añito más de “diversión”.
            Pero entre los pobres sí que existe la solidaridad. Además de la solidaridad del avisado móvil, está la necesaria compañía. Ninguno va solo con su rebaño, van todos en diversos grupos, eso sí, sin mezclar los rebaños para evitar el contagio de las enfermedades. Pues, más de lo mismo, si una res se muere, añade otro año más. ¿Y a ésto hay que llamarlo trabajo “para ayudar a la economía familiar”? (léase jocosamente, torciendo los labios, como lo haría el jesuita albañil Chércoles).
            ¡Qué milagro!, nuestro buen amigo Mahamadou (bueno, de verdad, y amigo mío, también) salió vivo de tan dura prueba, pero no libre. No podía regresar, pues aún no podía comprar la moto. Y fue entonces cuando decidió cambiar la esclavitud del bosque por la del campo.
            No les fue mejor en el campo que en el bosque, ni a él ni a sus otros cuatro compañeros, el más pequeño de 13 años. Fueron contratados para trabajar en una granja no muy lejos de un pueblo, donde sólo podían ir los domingos para comprar algo de comer, pero hasta eso se les impedía pues no tenían dinero. Trabajaban de sol a sol, descansando únicamente unos 15 minutos por la mañana y un breve momento para comer hacia las 4 de la tarde. Siempre comían lo mismo, pasta de maíz.
            Al final del primer año, el que les llevó a Nigeria vino a pedir el dinero ajustado, pero, y resumiendo mucho la historia, entre la comisión que debían pagarle a él y los 2000 CFA (3€) que el dueño del campo les descontó por  cada domingo descansado, la moto seguía siendo un sueño. Y lo mismo ocurrió durante los dos siguientes años.
            Nuestro buen Mahamadou sí que iba, a pesar de todo, consiguiendo algo de dinero y lo poco que había ahorrado, se lo confió a un hermano de su padre, que trabajaba en Nigeria desde hacia tiempo, para que se lo guardara. Pero, ya lo sabemos, el mal es insaciable, y hasta su propio tío le comió el pequeño “fruto” de tan salvaje esclavitud. Por todo lo cual, Mahamadou se vio una vez más obligado a prolongar un año más su estancia en ese infierno, preferible, en la mentalidad africana, a regresar al pueblo con la vergüenza en las espaldas.
            Los últimos sietes meses fueron tal vez los más duros para nuestro amigo. Trabajó con otro chaval en otra granja, donde se tiraban hasta siete horas sin comer nada, siempre trabajando de siete de la mañana a siete de la tarde. Y en todo ese tiempo sólo tuvieron la gracia de poder descansar dos días: la fiesta del final del Ramadán y la fiesta del cordero, la Tabasquí.
            Y, por fin, al cabo de cinco años y cansado ya de todo, Mahamadou pudo conseguir su moto.  Pero no una nueva, como él quería, sino una pobre moto, ya bastante usada, con lo que pudo, al menos, un buen día regresar a su casa. ¿Y qué pasó después con la moto? Bueno, pues que su padre la vendió para poder comprar un buey, algo mejor para beneficio de toda la familia. Y ahora ¿qué hará el bueno de Mahamadou? ¿Se quedará viviendo en la miseria de su propia casa, o volverá a la tierra de la servidumbre infantil? Yo lucho para que se quede y trabaje aquí de una forma nueva, con otros y con nuevos métodos, algo más liberadores. De momento no falla a nuestras reuniones y oraciones y se le ve contento. Y tal vez un hermano suyo se venga a estudiar a nuestro hogar-internado el próximo curso.  Un abrazo y luchemos juntos contra toda forma de esclavitud.
           
           


lunes, 22 de febrero de 2016

¡Sirvientas! ¿o esclavas?

            ‘Bonne`es la palabra con la que, en la lengua de Víctor Hugo, se designa a una chica o joven que trabaja como doméstica en las casas de los otros. Aquí, sin embargo, “la bonne” es normalmente una niña, entre 8 y 15 años, que sirve sus patrones (todos los de la casa), como una verdadera esclava, si queremos de esa forma llamar a las cosas por lo que real y prácticamente expresan.
            Estas niñas vienen, o mejor dicho las traen, en general de otra región aún más empobrecida. En el origen se acepta o se ve, como una salida más a la gran miseria reinante que padecen.
            Aquí, en Bembéréké, las “bonnes” abundan y se dejan ver por todas partes. Todo el mundo las conoce y, triste o lamentablemente, su real situación no provoca reacción alguna. Se ve como algo que es así, que siempre ha sido así. Pero no, no es así y no puede ser así. Esto es lo que nos ha llevado a escribir estas pequeñas palabras, y así reanudar el diálogo con todos vosotros, con el que pretendemos acercaros la realidad que vivimos, desde la vida misma, con hechos observados por nosotros mismos o transmitidos por testigos o estudios cuidadosamente elegidos.
            En las casas “las bonnes” hacen de todo, traer agua, buscar leña, lavar, cocinar, hacer la limpieza, y todo, en general, para que los niños o las niñas de la familia puedan ir tranquilamente a la escuela y luego estudiar, descansar o simplemente no hacer nada. Nunca comen con los demás miembros de la casa, y siempre se mantienen al margen, salvo si, dolorosamente, alguno de ellos se deja llevar por sus naturales encantos y luego … Pero, ¡caray! hablamos de niñas de 10 u 11 años. Y como si todo eso fuera poco, la “bonne” tiene que producir algo y traer algo de dinero a casa. Y ahí las vemos, todos los días, por la calle, vendiendo cualquier cosa, y se acercan a ti con su cándida mirada y su carga a la cabeza, para ver si le compras unos ajos, o unas cebollas o cosas por el estilo.
            Hace unos años, durante el via crucis que inaugura nuestra anual peregrinación diocesana, aquí en Bembéréké, caminaba yo en medio de la gente cuando, hacia la tercera o cuarta estación, al lado mío, como siguiéndome, me di cuenta que tenía justo junto a mí a una de esas niñas con su carga, no sobre la cabeza, sino apoyada en uno de los lados de su cintura. Respiraba bondad, tranquilidad, se sentía a gusto, y a mí, en cambio, se me encogía el corazón. Una pequeña esclava siguiendo los pasos del gran y libre esclavo de la humanidad. Uno con la cruz a cuestas, la otra con su carga diaria, la de fuera y la de dentro, y los dos haciendo lo que tenían que hacer. Bueno, dos estaciones más adelante, me entró la tentación de cireneo y le cogí su carga. Ella hizo ademán de resistirse (el grande nunca carga con nada), pero finalmente acogió mi pequeña oferta. Cuando terminamos, ya anocheciendo, como queriendo recuperar el tiempo perdido, o temiendo el palo siempre amenazante de su patrona, me pidió precipitadamente su carga, me miró con ojos plácidos, y se marchó.
            Hace unos días conocí a Sakina, una chica musulmana de un pueblo a unos 70 kms más al norte de nuestro pueblo. Tuvo que dejar la escuela, ya a punto de terminar lo equivalente a la ESO, por que su padre la envió a trabajar a casa de una de las personas más influyentes del pueblo. Ésta, católica no muy practicante, la pidió para trabajar en una tienda que acaba de abrir al lado de su casa.  Pues el caso es que Sakina lleva trabajando allí, sin horario alguno ni reposo semanal, ya algo más de un año y lo único que come, todos los días, es pasta de maíz. Pasta de maíz por la mañana, pasta de maíz a mediodía y pasta de maíz por la noche. No sabe lo que es ni un pequeño trozo de pescado ni un pedacito de carne, ni algo que se le parezca.

            Y a los millones y millones de casos de ese o parecido estilo, las grandes organizaciones de la ONU las seguirán llamando trabajo infantil, o a la sumo, y generosas con la galería voluntarista, explotación. No, no es trabajo ni explotación, es pura y simple esclavitud que todos tenemos que combatir si queremos ser o deseamos vivir como seres verdaderos seres humanos. Lo demás son salvajadas. Un abrazo.